Soy un elemento curioso: desciendo de norteños y sureños y nunca me he decantado por ninguna de las dos opciones. He vivido en el norte y he vivido en el sur, y ambos territorios tienen sus pros y sus contras. Y para que nadie se enfade ahora vivo en el centro, vivo en Madrid. La meteorología, es evidente, es la principal diferencia entre el sur y el norte de España. En mi caso, con el paso de los años sí que me decanto por el calor, pero con excepciones.
Después de pasar mucho tiempo sin viajar por diferentes circunstancias, principalmente porque mis finanzas no me lo permitían, logré ahorrar para hacer un viaje cortito y volver a disfrutar del norte. Me fui a Galicia un fin de semana en otoño. Pero me apetecía mucho estar en un entorno rural, no tenía ganas de ir a una ciudad, bastante tengo con lo mío. Busqué un apartamento en una zona apartada con posibilidad para hacer senderismo y disfrutar de la gastronomía gallega. Sobre todo, lo segundo.
Aunque hoy en día hay suficiente información por internet antes de elegir un destino para pasar las vacaciones hasta que no estás in situ no te sientes tranquilo. Las fotos pueden engañar y lo que es blanco a lo mejor cuando uno va pasa a ser negro por arte de magia. Pero en este caso, fue lo que buscaba: una casa en un pueblo en medio de un bosque. Nada más llegar, lo primero que hice fue cerrar los ojos y oler: así no huele el sur. Alrededor de la casa, árboles con las famosas castañas gallegas. Era época de castañas y a mí me encantan.
En la casa rural, la propietaria fue muy amable y me recomendó varios senderos… y varios restaurantes. En concreto, y como el tema de conversación al principio giró en torno al tema de las castañas, me indicó un sitio que hacían unos deliciosos postres y pasteles con crema de castañas. Por supuesto, me apunté la recomendación. Tal vez el norte no se adapte en mi caso para vivir todo el año, pero es cierto que no puedo dejar de visitarlo varias veces al año. Aunque solo sea por esos postres con castañas gallegas que estaban para morirse.