Una de las cosas que más me gustaba cuando empecé a vivir solo era ir a comprar al supermercado, me parecía la apoteosis de la emancipación: llegar al súper y comprar lo me apeteciese. Pronto me di cuenta de que había que organizarse un poco mejor, que no se trataba de llegar e improvisar porque uno acababa comprando muchas cosas que no necesitaba y las realmente imprescindibles se olvidaban: había que hacer una lista.
Pero lo que sí me gustaba y mantuve durante bastante tiempo era ir a comprar casi de forma diaria: en vez de hacer una gran compra semanal, ir casi a diario a hacer compras más pequeñas. Y es que a mí me relaja comprar en el súper, gastar un poco de tiempo y mirar los productos. Por ejemplo, si necesito nata de montar para cocinar, lo miro un rato sin prisa, no cojo lo primero que veo. Otras personas van al súper como una tarea que hay que quitar de en medio, pero yo no.
Pero los tiempos cambian y cuando mi familia se hizo más grande y había que comprar más cosas, ya no era posible hacer una compra al día o cada dos días. La falta de tiempo, el trabajo y las obligaciones me impedían disfrutar como antes del acto de ir al súper. Pero yo necesitaba seguir revisando los productos, así que empecé a desarrollar una costumbre curiosa: si no podía echar tiempo en el súper, lo echaría en casa.
Y así empecé a mirar las webs de los supermercados y de las marcas de alimentación revisando productos. Ya no podía estar un rato mirando nata de montar para cocinar en las estanterías de los supermercados, pero lo podía mirar en la web en los ratos libres, de forma que cuando llegara al súper supiese exactamente qué tipo de compra iba a hacer.
Sé que la mayoría de la gente no hace como yo: llegan al súper con una lista y si no hay una marca hay otra: lo importante para ellos generalmente no es la marca, sino el producto. Pero yo sigo teniendo ese amor por el detalle, como cuando empecé a ir comprar hace muchos años.