Dulce Navidad 


Esta Navidad será diferente, pero hasta puede ser mejor si ponemos un poco de nuestra parte. Al menos así lo repite mi mujer insistentemente tanto para sí misma como para nosotros: supongo que es una manera de autoconvencerse de que a pesar de los pesares podemos pasar una buena Navidad. Y claro que es posible. Y para lograrlo nos hemos puesto manos a la obra para hacer un curso acelerado de decoración navideña y otro de repostería. 

Lo primero ha sido el árbol. Hace unos años compramos un árbol de Navidad minúsculo, de esos con luz que no hace falta ni decorar y lo pusimos en la mesita del salón. Esa fue nuestra ‘decoración navideña’ durante años. Pero el niño ha crecido y demando un poco más de curro por parte de sus padres. Así que hemos comprado un árbol tamaño intermedio, también con luz, pero que se puede decorar. Y el niño nos ha ayudado y ha quedado muy chulo. 

Ahora toca la repostería. Lo primero son  los ingredientes. Mi mujer se queja de que en muchas recetas siempre aparece eso de ‘una pizca de’: como si todos tuviéramos en casa una pizca de todo. Con tantas pizcas de algo, llenas un carro. Y razón no le falta. Pero está motivadisima para hacer una buena tarta y galletas de jengibre así que no hay quién la pare. Ha comprado nata para postres, chocolate, azúcar glas, levadura y demás. 

El problema ha llegado para mí cuando me ha pedido que sea su pinche en la cocina, yo que estaba tan cómodo leyendo en la prensa las últimas novedades sobre la pandemia. Así que me he puesto el gorro de cocinero y al lío. Aprovechando que los viernes es el único día que tenemos un poco de tiempo mientras el niño está en el colegio hemos empezado con la tarta. Lo primero es la nata para postres y después el chocolate y la harina. Pero en el último momento, mi mujer se ha acordado de que no encontró en el súper ni semillas de amapola ni una pizca de emulsión de canela, así que me ha enviado en misión especial al centro comercial. Navidad, dulce Navidad.