No soy una persona muy religiosa pero siento algo raro cada vez que entro en un recinto religioso, sobre todo en las grandes catedrales. Recuerdo que cuando trabajé una temporada en Oviedo, a la hora de la comida solía irme a la catedral a sentarme un poco en uno de los bancos de la sacristía: era como estar en otro mundo, no sé me ocurría nada más relajante.
Ahora que estoy a bastantes kilómetros de distancia de la catedral gótica más cercana, echo de menos aquel ambiente sacro que lograba calmar el estrés. ¿Por qué no convertir mi casa en una ‘catedral’? No, no he robado un retablo ni he encargado a un maestro de obras medieval que construya unas bóvedas de crucería en el techo de mi salón. Lo que he tratado de hacer es lograr una iluminación interior que sea lo más confortable posible.
Para ponerme manos a la obra, hablé con un amigo que trabaja iluminando espectáculos teatrales. En su trabajo, los directores le piden todo tipo de cosas para generar ambientes que apoyen el desarrollo de las obras, así que lo mío debe ser coser y cantar. Él sabe que estoy un poco loco, así que cuando le dije lo de conseguir una iluminación el estilo gótico en casa, me siguió la corriente.
Vivo en una casa bastante antigua con unos ventanales de gran tamaño. Sería increíble poner unas vidrieras… pero no está mi alcance. Me conformo con una idea que ha tenido mi amigo: para generar una luz tamizada desde dentro, usar unos focos de colores situado en el suelo. Son pequeñitos, pero logran esa luz que estoy buscando.
¿Y el ruido? Es una de las cosas que más me molesta de vivir en una ciudad. Dentro de una catedral, con sus gruesos muros, es imposible escuchar al taxista pitando, pero yo los oigo todos los días en mi casa. Así que además de la iluminación interior, para lograr ese ambiente que estoy buscando necesito aislamiento. No es barato, pero me han prometido que apenas será audible el ruido de la calle, al menos en el salón que es donde voy colocar dicho aislamiento.