Hace unos días me tocó uno de esos encargos que, aunque sabes que forman parte del oficio, siempre vienen con su propio desafío: pintar fachada en Santiago de Compostela. Soy pintor desde hace años y he trabajado en todo tipo de lugares, pero hay algo especial —y exigente— en trabajar en una ciudad tan viva, con calles estrechas, edificios antiguos y un clima que siempre te obliga a mirar al cielo antes de empezar.
El trabajo era en un edificio de tres plantas, en una de esas calles con encanto cerca del casco histórico. Nada más llegar, ya sabía que iba a ser una jornada intensa: la fachada tenía desgaste por humedad, restos de pintura vieja mal adherida y algunas grietas que necesitaban arreglo antes de pasar el rodillo. Pero, como en todo buen trabajo, lo primero es la preparación.
Empezamos temprano, justo después de que pasaran los camiones de reparto. Montar el andamio en una calle con tráfico peatonal constante fue una tarea casi coreografiada. Santiago tiene ese ritmo propio, con estudiantes, turistas, vecinos… todos cruzando la acera mientras tú intentas no bloquear la entrada del portal ni manchar nada.
Una vez montado todo y protegido con plásticos y cinta, tocó raspar, lijar y reparar. El edificio tenía más historia de la que parecía y, como siempre, lo que no se ve desde abajo se revela en cuanto estás a cinco metros de altura. Grietas superficiales, zonas con moho, desconchones por filtraciones… nada grave, pero suficiente para recordar que la pintura no es solo estética: también es protección.
Cuando por fin empezamos a pintar, la luz ya había cambiado y el sol nos daba de frente. Santiago es cambiante, y lo mismo tienes niebla que un solazo que te seca la pintura más rápido de lo que querrías. Aun así, ver cómo la fachada iba recuperando color y vida fue, como siempre, la mejor parte del día.
Acabamos agotados, pero satisfechos. Pintar una fachada en Santiago no es solo un trabajo técnico; es también convivir por unas horas con la ciudad, con su gente, su ritmo y su historia. Y, al final del día, ver cómo un edificio vuelve a lucir como nuevo es una de las razones por las que sigo disfrutando de este oficio.