No me gusta mucho tener a gente en casa, pero, a veces, es inevitable. Cuando hicimos la última mudanza, todo se complicó mucho porque nos encontramos con que teníamos el doble de cosas que en la mudanza anterior, así que les pedimos a los padres de mi mujer que nos ayudaran. Una vez que estábamos establecidos en la nueva casa… se quedaron una temporada.
Mi suegra aprovechó su estancia para hacer de consejera de diseño. ¡Qué le vamos a hacer!, pensé mientras contaba los días que quedaban para que se marchara. Todo tenía que someterse a su criterio estético, y ella iba diciendo esto sí, esto no. Yo decidí tomármelo un poco a broma, mientras durara su ‘invasión’.
Pero para ser honestos, también ayudó en otras cosas, como por ejemplo con las cortinas verticales. Miramos mucho por internet e incluso fuimos a una tienda especializada del barrio pero no acabábamos de dar con la tecla, así que decidimos confiar en ella para ese tema. Se fue a comprar género, preguntando antes que nos gustaba más (tuvo es deferencia) y se puso a tomar medidas. Con la tela comprada, sacó su instrumental y en poco tiempo teníamos las cortinas colocadas: nunca hubiese podido yo hacer nada igual.
Es verdad que con otras cosas no fue tan eficiente… En la cocina excedió los límites que tiene una ‘consejera interiorista’ y colocó todo a su gusto en relación a su forma de cocinar (también cocinaba, la mujer), sin caer en la cuenta de que quienes iban a cocinar allí cuando ella se fuese éramos nosotros. Sucedió que un par de meses después, cuando volvió a hacernos una visita a casa, entró en la cocina y la oí protestar diciendo: “¿dónde está esto? ¿dónde está lo otro?”
Pero en fin, son cosas que dejo pasar porque al fin y al cabo tiene buenas intenciones aunque la mayoría de las veces no tenga medida en su forma de actuar. Pero gracias a ella, tuvimos cortinas verticales tanto en el dormitorio como en el salón, ahorrándonos bastante dinero y trabajo, que siempre está bien.